Eliud Kipchoge ha trascendido, es ahora mismo mucho más que atletismo, mucho más que deporte y ha optado por decir adiós a su carrera profesional en el que es sin duda el maratón de mayor trascendencia a nivel mundial, el de Nueva York. 2:14:36 fue la marca con la que cruzó la línea de meta, no llegó el primero, y eso a quién le importa a estas alturas tratándose del hombre que rompió, entre otros grandes hitos deportivos, la barrera de las 2h. Lágrimas, aplausos, admiración acompañaron los 42.195 metros de Kipchoge por las calles de la Gran Manzana y sus sonrisa serena volvió a dar la vuelta al mundo.
Ganó en Londres, Berlín y Tokio y completaba en Nueva York el círculo perfecto: los siete grandes maratones, las siete etapas de una vida dedicada a correr. Al cruzar la meta en Central Park, Kipchoge levantó los brazos y sonrió, nada nuevo bajo el sol. “Cada carrera tiene un alma”, dijo y su alma quedará para siempre ya recorriendo los cinco barrios por los que transcurre la Maratón de NY.
No fue una simple despedida deportiva. Fue la certificación de cómo hasta los más grandes tienen que firmar sus carreras a base de disciplina, humildad y confianza, no es otra cosa que una metáfora de la vida misma.
En Nueva York no sólo terminó una carrera, sino una era, dejando una huella imborrable en millones de corredores que aprendimos que la grandeza no está en llegar primero, sino en llegar. “Ningún ser humano tiene límites”, dijo cuando rompió el muro de las dos horas, y hoy esa frase resume su legado.
Foto: NN Running Team

