Algunos de vosotros, los más allegados seguro que sí, me habréis oído decir en esos momentos de confesión, barra de bar y luz mortecina que lo que a mí realmente me hubiera gustado en esta vida es haber sido una estrella del rockanroll. A estas alturas probablemente me hubiera conformado y hubiera pactado con el diablo en aquel cruce de caminos en el que la leyenda cuenta que lo hizo Robert Johnson, con haber aprendido a tocar la guitarra más o menos decentemente. Del mismo modo, hace años ya comprendí que en esto de correr me debería de contentar, y gracias, con disfrutar del hecho de poder hacerlo olvidán- dome de ritmos, resultados y, por supuesto, éxitos y triunfos.
Mi vida es una interminable y recurrente banda sonora en la que com- parten espacios físicos y emocionales, nombres, personas a las que no conozco y en muchos casos, desgraciadamente nunca podré conocer pero que han estado muy cerca siempre. Cuando no tenía el alma para que nadie más me hiciera compañía, allí estaban ellos con sus melo- días, ellos sí, para ellos siempre había un espacio.
A pesar de todo esto que relato, mis referencias musicales son verda- deramente escuetas y modestas. Aunque también creo humildemente que podría haber llenado este espacio editorial a base de títulos, es- trofas, versos de canciones que definieran mi actual estado de ánimo. Con el fin de no ahuyentar al respetable ya desde la primera página y que se pierda los maravillosos contenidos de este número 25 de Trail Run en el que se ha volcado una vez más todo el equipo, me he limitado a tirar de referencia musical para la cabecera de este strip-tease de emociones y quedarme con el título de una canción de El Último de la Fila. Aunque no puedo olvidar que en el camino también me encontré con otras como “Tiempos de confusión” (091), “Malos tiempos para la lírica” (Golpes Bajos), “Libre” (Nino Bravo), “Para la ternura siempre hay tiempo” (Víctor Manuel), “La Muralla” (Quilapayún), “With the help of my friends” (The Beatles), “Run to he hills” (Iron Maiden) y, por supuesto, “Madrecita” (Antonio Machín).
José Antonio de Pablo «Depa»