Cantabria Infinita

Cantabria Infinita. Fotografía Jordi Saragossa

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Liébana eterna

El Valle de Liébana se abre camino entre las cumbres de la Cordillera Cantábrica y las escarpadas cimas de los Picos de Europa. Los bosques de hayas y castaños, se descuelgan verticales desde el Macizo Oriental como si quisieran precipitarse al fondo de la garganta trazada y labrada, sobre la caliza del Desfiladero de La Hermida por el río Deva. El paisaje se abre, ¡bienvenidos, ya estamos en el Valle!

He estado en Liébana en muchos y muy diferentes momentos del año: otoño, invierno, primavera y verano. Cada una de las estaciones tiene su encanto y sus atractivos e intereses pero reconozco que es en verano cuando más disfruto del Valle. Los días de junio y julio se alargan y las tardes estivales nos permiten pasar mucho más tiempo al aire libre, recorriendo los caminos y senderos que nos conducen a lugares llenos de encanto. Algunos de ellos muy conocidos y transitados, y otros, más exclusivos, más de sibaritas, para aquellos ávidos de aventuras. 

Este año tuve la oportunidad de despedir a la generosa primavera que ha llenado nuevamente los regatos de agua y que ha pintado de verde intenso las estampas más características del Valle, acompañando a un grupo de amigos venidos de puntos bien dispares del planeta Tierra, por algunos de los senderos con mas encanto de Liébana.

Estaría mal por mi parte, a pesar de todo lo que os he dicho sobre mi conocimiento de la comarca, no reconocer que he seguido descubriendo lugares de gran belleza a los que no había tenido la oportunidad de llegar antes. Pero sobre todo, he disfrutado viendo las caras y compartiendo las “primeras veces” de mis compañeros de cordada, Jordi Saragossa, María Faine, Marta Álvarez y Teresa Sánchez. Para ellos fueron experiencias nuevas ascender, por ejemplo, la pared del kilómetro vertical, desde la explanada del Parador de Fuente De, hasta la estación superior del Teleférico y maravillarse con las vistas del Central con la Torre de los Horcados Rojos, Pico Tesorero y Peña Vieja, reponiendo fuerzas en el Hotel de Áliva para volver al inicio de la ruta, esta vez, cómodos y seguros en la cabina del Teleférico.

Gracias a las rutas ciclistas, tanto de carretera como de montaña, pudimos mezclar componentes turísticos y deportivos, cumpliendo a golpe de pedal con algunas de las visitas culturales imprescindibles en el Valle, no podíamos irnos sin recorrer algunos de los kilómetros pertenecientes al Camino Lebaniego y llegarnos hasta el Monasterio de Santo Toribio. Nos impresionaron igualmente las iglesias de Santa María de Lebeña y la de Piasca, cada una en su estilo pero ambas espectaculares, o pedalear por las calles de Mogrovejo, por méritos propios, uno de los pueblos más bonitos de España.

Liébana es infinita y no sólo se trata de una marca comercial, es una invitación a intentar descubrir lo que la Comarca ofrece desde el punto de vista de naturaleza, de patrimonio, enocultura, gastronomía, restauración, etc… A pesar de lo mucho vivido, nos quedamos con las ganas de volver para seguir descubriendo el Valle aunque ya esta vivencia, para nosotros, será eterna.